Terminaba la primavera en Paris, la gente paseaba con esa superioridad típica de los parisinos, sábado por la tarde, entrando en la noche casi veraniega y allí estaba yo, en un palco de la Ópera Garnier dispuesto a escuchar la ópera de un bávaro con nombre de perro anglosajón, del que sabía muy poco y cuya ópera me era absolutamente desconocida. Al final resultó una experiencia hermosa… y la mejor siesta de su vida para un amigo mío.
Unimos un jueves al viernes y convertimos un fin de semana normal en un mini viaje a la capital francesa. TGV desde Hendaia y en menos tiempo del que imaginaba estábamos ya en Paris. Esa noche asistimos a la inauguración de una obra realizada por un conocido de Iruñea en el marco de una muestra de arte contemporáneo expuestas en tiendas de lujo. Ni que decir tiene que ha sido la única vez que he entrado a este tipo de establecimientos. Y también la única vez que nos corrimos una buena fiesta a base de champagne y canapés gratis. Al día siguiente con un cuerpo poco jotero, paseamos por Paris, visitamos el Instituto de Estudios Árabes y el George Pompidou y finalmente decidimos cenar unos quesos y champagne (de nuevo) en el canal de Saint Michel, lleno de gente que, como nosotros, disfrutaba de la noche pre-veraniega. Hicimos una buena cuadrilla con unos argelinos que no paraban de reír. La noche deribó a una discoteca y a un nuevo amigo brasileño cuyo trabajo consistía en cuidar a los hijos de una familia burguesa.
Y en estas estamos que el sábado, para culminar el mini viaje, decidimos ir a la ópera. Bueno, en realidad ya lo habíamos decidido y comprado las entradas hacía meses. Tras una visita a un supermercado para hacernos con unos sandwiches con los que cenar en el intermedio, llegamos al Palacio Garnier. No me voy a extender mucho, pero cualquiera que haya estado o visto el palacio en alguna película, como Marie Antoinette, con esa fantástica fiesta de carnaval grabada en las escaleras de la ópera, sabe la impresión que produce ir subiendo por las escaleras principales hacia el palco. El nuestro estaba en el segundo piso en un lateral. Los palcos son bastante estrechos y consisten en un vestíbulo privado con un chaise longue y en el palco propiamente dicho tres filas de a dos butacas. Los cuatro que fuimos nos repartimos en dos palcos contiguos, en la última fila, evidentemente. La verdad es que no se veía mal, pero lo principal es que se escuchaba de lujo y sobre todo asistir a la representación de una ópera ahí es una experiencia muy chula. Yo os recomiendo que si vais a Paris hagáis lo posible por asistir a una representación, es lo mismo lo qué sea, ya que con un poco de tiempo y por Internet se pueden conseguir entradas no muy caras. Es mucho mejor que la visita guiada que ofrecen.

La ópera a la que asistimos se llamaba Iphigénie en Tauride y la compuso un señor llamado Christoph Willibald (Ritter von) Gluck, ahí es nada. Este alemán escribió un montón de óperas, la gran mayoría desconocidas para el gran público actual, pero con algunas arias excelentes. Su labor en el mundo de la música fue simplificar la ópera, principalmente la llamada tragédie lyrique de Lully, restándole los cargados adornos que se habían ido añadiendo, minimizando ballets y recitativos. En el caso de la ópera a la que asistimos en Paris se trata de la segunda obra dedicada a la desdichada Iphigenia. La ópera está basada en la obra de Eurípides, Ifigenia en Táuride y en ella se cuentan historias de la familia de Agamenón con posterioridad a la guerra de Troya. Ifigenia era hija de Agamenón y Clitemnestra y hermana de Orestes, Electra y Crisotemis. Esta familia, por cierto, ha dado para unas cuantas óperas a lo largo de la historia.
El argumento de esta ópera en cuatro actos, estrenada en la Ópera de Paris el 18 de mayo de 1779, es el siguiente. Resulta que la pobre Ifi lleva muchos años en Tauride dedicándose al sacerdocio en el Templo de Artemisa (Diana), desde que esta diosa decidió salvarla de ser sacrificada por su padre Agamenón con el fin de que su flota llegase a Troya. Hay que ser cabrón y mal padre. En fin, que sin decir nada a nadie, la lleva a este templo en donde, para aplacar la furia de los dioses cabreados porque no había sido sacrificada, su labor va a consistir en sacrificar al primer ser humano que aparezca por allí. A lo que vamos. Después de muchos años, su hermano Orestes, después de matar a su madre tras haberla pillado en la cama con otro que no era su padre (vaya familia…) naufraga en la costa de Tauride acompañado de su amigo Pílades (puta coincidencia, oye). Así que son capturados y llevados delante de la sacerdotisa quien, sin reconocer a su hermano, decide salvar a uno de los dos. Pregunta por su familia a los dos náufragos llegados desde Micenas y le cuentan que ya solo vive su hermana Electra y le engañan haciéndole creer que Orestes también ha muerto. En fin, que sea como fuere, decide salvar a Orestes, pero este cede su puesto a su amigo Pílades, que ya se sabe que la amistad en tiempos de los griegos era muy estrecha. Así que cuando Ifigenia está a punto de matar a Orestes, este le dice su nombre y se reconocen. Pero claro, los tauros no se quedan nada contentos, pues ellos han prometido un sacrificio a los dioses y si no lo hacen seguro que cae sobre ellos un torrente de desgracias. Así que los apresan y deciden matarlos a los dos. Pero en el último momento Pílades, el amigo de Orestes, que ya se había ido después de que lo liberasen, llega con un potente ejército y con ayuda de Artemisa libera a los dos hermanos. Y así regresan a Micenas con Orestes como rey. Y punto final.
Y ahí estábamos, en el palco, detrás de una madame que me miró un poco raro cuando escuchó el primer ronquido de mi amigo, que se había tumbado a echar una siesta en el chaise longue ( es lo que tiene merendar cerveza tan alegremente). La escenografía de la ópera era bastante moderna y había dado de qué hablar (según leí después) porque había varias escenas con actores y coristas desnudos por el escenario (fui testigo). Y así, en el segundo acto, después de que Orestes, sin reconocer a su hermana, le cuenta el estado de su familia, esta canta un aria con coro que pone los pelos de punta, O malheureuse Iphigénie! En ella se lamenta de su desdicha.
IPHIGÉNIE / IFIGENIA
Ô malheureuse Iphigénie! / ¡Oh, desgraciada Ifigenia!
Ta famille est anéantie! / ¡Tu familia está aniquilada!
Vous n’avez plus de rois, je n’ai plus de parents. / Ya no tenéis reyes, ya no tengo padres.
Mêlez vos cris plaintifs à mes gémissements. / ¡Mezclad vuestros sollozos con mis lamentos!
CHOEUR DES PRÊTRESSES / CORO DE SACERDOTISAS
Mêlons nos cris plaintifs à ses gémissements. / ¡Mezclemos nuestros sollozos con sus lamentos!
Aquí tenéis a la pobre Ifi cantando su desdicha, en una puesta en escena, cuanto menos, llamativa:
Tras esta maravilla llegó el intermedio y nos fuimos con nuestros sandwiches a uno de los balcones del gran salón, mientras otra gente merendaba, igualmente, bocadillos, tartas, acompañados, si se quería, con una copa de champagne. Nosotros como ya habíamos tenido suficiente champagne nos dedicamos a la cerveza que nos habíamos llevado. Ni qué decir tiene que hacer esta merienda-cena en ese marco, en un balcón más grande que el comedor de tu casa y con señoras de largos vestidos mezcladas con turistas en bermudas es toda una experiencia. Si lo podéis hacer no os importe el qué dirán, porque todo el mundo hace lo mismo. En fin, que al final de la ópera tuvimos tiempo de fijarnos más detalladamente en la cúpula pintada por Marc Chagall en 1960, en subir y bajar las grandes escaleras, en hacer un rato de Marie Antoinette y en disfrutar de de esa tarde-noche de ópera, siesta, merienda-cena y un aria bellamente cantada por la desgraciada de Iphigénie.
Por cierto, antes de pasar a las diferentes versiones existentes, quiero comentar que Gluck era muy dado al reciclaje propio y, como en muchas otras obras suyas, este aria tiene como base un aria anterior. En este caso, el aria de Iphigénie en Tauride es casi igual a un aria de su ópera La clemenza di Tito, Se mai senti spirarti sul volto. Os pondré una versión de ese aria en la lista de Spotify.
Entre las versiones completas de esta ópera hay tres de referencia. La primera de 1985 dirigida por John Eliot Gardiner, con Diana Montague como Iphigénie. La segunda, de 1957, en una célebre producción de Visconti para la Scala, con Nino Sanzogno dirigiendo, nada más y nada menos, que a Maria Callas en el papel de la desdichada sacerdotisa. Y la tercera es una versión de 2001 con Marc Minkowski dirigiendo a Les Musiciens du Louvre y Mireille Delunsch como protagonista. Hago referencia, también, a una producción dirigida por Minkowski, con Veronique Gens en el papel de Iphigénie grabada en DVD. Del aria original de La clemneza di Tito os recomiendo un álbum de Cecilia Bartoli dedicado a arias de Gluck. Una delicia.
Y finalmente la lista de Spotify que espero que disfrutéis. Para echar una siesta, como mi amigo, o mientras os tomáis un sandwich acompañado de champagne o cerveza.
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