Terminaba la primavera en Paris, la gente paseaba con esa superioridad típica de los parisinos, sábado por la tarde, entrando en la noche casi veraniega y allí estaba yo, en un palco de la Ópera Garnier dispuesto a escuchar la ópera de un bávaro con nombre de perro anglosajón, del que sabía muy poco y cuya …