lee, no desesperes y sonríe

Con San Saturnino llega esa semana larga de fiesta y entre fiestas, de esos días que no sabes si abren los supermercados, pero tienes la seguridad de que abre el pequeño ultramarinos de la esquina, aunque sea con un horario raro. Esos días en los que se encienden las luces navideñas al comienzo del Adviento, aunque en Iruñea se iluminen en la fiesta del patrón, que para eso somos muy nuestros, en los que los escaparates lucen el esplendor necesario para atraer las compras necesarias para el negocio. Un supuesto tiempo de esperanza entendido por pocos y compartido por menos, engullido en los viajes a bajo coste con mil fotografías idénticas por minuto, con preparativos de los menús de las comidas para las navidades, –«algo que sea diferente al cardo de siempre», –«pues vaya, chico, con lo rico que está», y con listas de regalos que hacer, sin pensar muchas veces en la persona a quien se regala, simplemente cumplir con la obligación.

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Y en una tarde particularmente luminosa a pesar del frío, me calzo las zapatillas para pasear mientras los parroquianos que siguen en la ciudad llenan el Sadar para ver a los rojillos ganar, llenan los bares para ver a los mismos y llenan los salones de las casas, que no es un mal momento, para sumergirse debajo de la manta con un buen libro unos pocos y enchufarse a la televisión los más. Y precisamente, concluido uno de los libros que leía, Algunos libros, las charlas de E. M. Forster en la BBC, publicado por Alpha Decay, aparto mi manta a un lado y me lanzo a la calle. Y mientras observo desde la Media Luna cómo la luz del día invernal decae irremediablemente vencida en las huertas de la Magdalena, pienso en este escritor tan british que conocí gracias a un puñado de películas particularmente bellas dirigidas por James Ivory y otros directores. Películas hermosas, de fotografía evocadora y música deliciosa, igual de preciosas que la forma que emplea el autor para contar básicamente historias de relaciones entre personas. Forster era un hombre muy culto, exquisito, pero tenía la capacidad de no imponer su conocimiento a nadie y de incluir a todas las personas que se encontrasen en una conversación con él, independientemente de su nivel intelectual.

El escritor colaboró con la BBC durante treinta años ininterrumpidos, aunque de manera irregular, lo que dejó el resultado de más de 150 programas hablando de literatura occidental, mayoritariamente inglesa, narrativa, ensayo y también poesía. Y resulta que, en realidad, lo que menos importa de ese libro y de aquellos programas eran las obras que recomendaba o de las que hablaba y reflexionaba. Lo bonito de este libro es escuchar a través de esas páginas a una persona enamorada de los libros, aunque irónicamente señala al comienzo del libro, en uno de sus primeros programas, que los libros no son lo más importante de este mundo. Y mira, en eso estoy completamente de acuerdo. Pero con sus glosas a diferentes autores, sin evitar la crítica y las pullas moderadas, subrayaba, sin querer, la importancia de leer, de reflexionar sobre lo leído y sobre lo escrito, del contexto de esa escritura y del contexto de la propia lectura, de desarrollar, al fin y al cabo, un criterio propio ante la vida y una capacidad para dirigir tu propia historia, a pesar de lo difícil que es no dejarse arrastrar por la corriente impuesta por unas redes sociales deshumanizadas, unos medios de comunicación obedientes al cheque de quien paga y un modelo social consistente en comprar y vender.

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Y en una de esas noches, hubo quien se quitó la careta autoimpuesta durante más de cuarenta años y llevó a un parlamento elegido en las urnas a la antítesis de lo que fue E. M. Forster. El populismo insultante y sin criterios tiene muchas causas, políticas las más y sociales las demás, pero, sin duda, una de esas causas es haber hecho de la educación un negocio de títulos que se venden y se compran y no un lugar desde donde fomentar conciencias, personas con criterio y capacidades intelectuales para reflexionar individualmente. Y una prima, en esos días, hoy mismo, tras conocer la ceguera de una judicatura ante un claro acto de violación, se preguntaba qué estamos haciendo mal. Y me dio, me ha dado por sonreír, porque tengo claro que esa ceguera y la propia tiranía que algunos llevan en su ideario político y ahora descubren convenientemente edulcorados, es la respuesta histérica al cambio y avances sociales que se han ido dando en las últimas décadas. Y me he acordado de Timothy Snyder y sus veinte lecciones sobre la tiranía y sobre todo he vuelto a recordar a Rebecca Solnit y su magnífico ensayo Esperanza en la oscuridad, que habla sobre el increíble poder que tenemos la gente y los logros conseguidos y muchas veces no tenidos en cuenta. Y he sonreído, porque qué más quisieran algunos que dejásemos de sonreír. Un beso.

Publicado por Daniel

Ciudadano en alerta de un planeta que estamos aniquilando, en búsqueda permanente, enamorado de la escucha y del inmenso silencio. Todo por escuchar. Lecturas escogidas, siempre.

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