La movilización y huelga feminista del pasado 8 de marzo fue un éxito sin precedentes. Un éxito a corto plazo, principalmente. Las miles de mujeres que secundaron la huelga lo hicieron conscientes del valor que tenía que las mujeres se plantasen ese día. Un éxito precedido por el trabajo de los colectivos feministas que han trabajado la movilización durante meses. Un éxito porque creó un debate social sobre las desigualdades entre mujeres y hombres en los diferentes espacios de la vida diaria, desde el laboral al doméstico, desde el ocio al académico, desde la invisibilidad al empoderamiento. Muchos hombres dijeron no entender el sentido de una huelga solo para mujeres y ese podría ser uno de los argumentos más convincentes para señalar la necesidad de esta huelga. Hubo hombres, demasiados, que en su machismo de base no podían aceptar una dinámica que no contase con ellos. No fuimos, por una vez, protagonistas. Ya era hora. Pero ese no es el principal argumento. El principal fue y es que las mujeres decidieron, más allá de lo que pensemos y opinemos los hombres, que había que plantarse ante un sistema que sitúa siempre a la mujer en segundo plano, siempre detrás del hombre. Cuando el 1 de diciembre de 1955 Rosa Parks decidió no dejar su asiento a un hombre blanco, no pidió permiso a nadie. Simplemente lo hizo.

Que el cambio social pasa por ser un cambio feminista es algo que, más allá de ser algo asumido y conseguido desde el activismo y la militancia social y política en los ámbitos de izquierda y progresistas, cada vez está más claro en la mayoría social. La desigualdad entre mujeres y hombres es algo aceptado cada vez más mayoritariamente. La necesidad de evolucionar, urgentemente, hacia una igualdad real y activa, está cada vez más extendida en nuestra sociedad. En las movilizaciones de la jornada de huelga se vieron mujeres y hombres que no suelen verse en este tipo de movilizaciones. Esas imágenes obligaron a que destacados dirigentes de los partidos que sustentan las bases de esta sociedad desigual, hiciesen un gesto de acercamiento al espíritu de la huelga, que no a la propia huelga, y cambiasen incluso sus posicionamientos. Las televisiones que trasladan diariamente una imagen de la mujer como producto de consumo, se tiñeron de morado y organizaron «debates» especiales. Marcas comerciales lanzaron anuncios especiales con la mujer (y su modelo de mujer) como protagonistas. Lo guay ese día fue ponerse un lazo morado. Todo sea por sumarse al carro y sacarle tajada. Todo sea por «normalizar» la lucha feminista. Y la verdad es que me recuerda a algo que sucedió con otra lucha. Cuando el movimiento LGBTQI (entonces sería solo LGB) consiguió que el matrimonio igualitario fuese legalizado, se produjo una asunción de algunos términos de la lucha de este movimiento por el propio establishment. Pero mientras nos venden constantemente que el Estado español es el país más respetuoso con la diferencia sexual, resulta que el partido que gana las elecciones es uno de los más conservadores de toda Europa y las agresiones homófobas (de diferente nivel) siguen siendo el pan de cada día. Los autobuses naranjas tránsfobos recorren las carreteras con el apoyo de ese partido y sus socios. Convirtieron parte de la lucha de todo un movimiento en un parque temático llamado Chueca y en una aplicación para poder follar cuando se quiera. Pero tenemos que recordarnos, diariamente, que establishment es el grupo de personas cuyo cometido es mantener y controlar el orden establecido (por ellos) para que siga favoreciendo a sus intereses económicos e ideológicos (tanto monta, monta tanto). Afortunadamente muchos colectivos siguen siendo vanguardia de este movimiento, porque hay mucho, todavía, en lo que seguir avanzando.
¿Y a qué viene este rollo? A que está muy bien, de hecho es un éxito, que la sociedad vaya asumiendo mayoritariamente parte de las denuncias del movimiento feminista, pero es necesario que ese movimiento siga siendo vanguardia y protagonista de la lucha. Las victorias hay que celebrarlas y la del jueves fue una victoria, sin ninguna duda. Celebrémosla entonces. Pero para que sea un éxito no solo a corto plazo, como señalaba al principio, y se convierta en una victoria estratégica, las mujeres organizadas tienen que seguir siendo la punta de lanza de esta lucha que debiera convertirse en revolución. Más allá del 8 de marzo, las mujeres siguen siendo objeto de una desigualdad sistémica que es precisamente lo que tenemos que cambiar.
¿Y los hombres? Pues los hombres tenemos que interiorizar que en esta película no somos protagonistas y que en el resto de movimientos sociales tenemos que empezar a retirarnos para que las mujeres ocupen el espacio que les corresponde. Y para eso habrá que poner y activar medidas efectivas. En lo que a mi respecta, seguiré trabajando en lo personal esos tics que, sin darme cuenta, afianzan una sociedad hetero-patriarcal y machista y continuaré reflexionando sobre los modelos de masculinidad para cambiar el mío propio. Y me queda mucho trabajo por delante.