Ayer llegamos a casa hacia las diez de la noche. Habíamos pasado todo el día recorriendo Londres, o mejor dicho, la parte, una de ellas, que el día anterior no habíamos visto. En poco más de media hora un amigo nos mandó un WhatsApp preguntándonos si estábamos bien, que algo había pasado en el Puente de Londres. En ese momento no había todavía ningún tipo de información en los periódicos digitales en castellano. En pocos minutos, por Twitter y agencias de noticias, supimos que una furgoneta había arrollado a un grupo de personas en el Puente de Londres, justo donde habíamos estado esa misma tarde. Podía ser cualquier tipo de incidente, aunque eso a las personas atropelladas poco podía interesar. En poco rato se supo que algo estaba pasando, también, en la zona del Borough Market. Poco margen para la duda quedaba. Escribí unos mensajes por WhatsApp, Twitter y Facebook para señalar que estábamos bien, en casa. Era mucha la gente que sabía que estaba en Londres y lo mejor es, siempre, tranquilizar.

No tengo ninguna necesidad de referirme a otro tipo de ataques en forma de bombardeos, etc, que ocurren diariamente en zonas de África y Oriente Medio. El hecho de que me refiera a los ataques de Londres no quita para que no sea consciente de que, en gran medida, ese tipo de acciones ocurren con la ayuda y beneplácito de los gobiernos occidentales que luego se concentran un minuto en las puertas de instituciones. Esos gobiernos que se dedican a apoyar lo que decidan que apoyar para seguir en el juego del control, aunque pasado un tiempo no tengan problema alguno en nombrar enemigos a los que antes habían vendido sus armas. Pero hoy me refiero a lo sucedido en Londres.
Ayer estuvimos en el Tate Modern, en el Globe Theatre, en Borough Market, en el Puente de Londres, en el Puente de la Torre, etc, etc. Justo fue en esa zona donde se produjeron los ataques. Ahí es donde vi a la gente paseando un sábado por la tarde, trabajadores de fiesta, familias polacas, camareros indios, vendedoras de especias, cuadrillas de ingleses bebiendo cerveza, fruteros que anunciaban que sus tomates eran deliciosos y repartidores que sorteaban con sus motos a toda esa gente de forma increíble. Fue un día espectacular, con un tiempo delicioso, aunque a eso de las nueve cayó un chaparrón que limpió el ambiente. Poco después ocurrieron los ataques. Y lo único que tengo en mente es que fue toda esa gente la que fue atacada. El resto siguen interpretando su papel en Downing Street, en la Casa Blanca, en Moncloa o en un palacio de Arabia Saudí.
En Twitter, casi en el primer momento de conocerse el hecho, leí la respuesta de un tipo a la noticia publicada por una agencia: «Hay que echarlos de aquí y vaciar sus mezquitas». Y pensé que si los echábamos de aquí y vaciábamos sus mezquitas, muy probablemente ese idota no podría beber su cerveza tan tranquilamente en los pubs, porque muy probablemente los operarios que trabajan en esas grandes fábricas de cerveza son indios, africanos, polacos y ecuatorianos. Y pensé que a quien habría que echar, o por lo menos desalojar de sus atalayas de control, son a otros.
Mi respeto a las víctimas. A todas ellas.
Dejar un comentario