
Paseo de Sarasate, más o menos a la altura de San Nicolás. Has entrado en la villavesa, la 4, esa que acerca a tantos visitantes a los hospitales, esa que, sin darnos cuenta la mayoría de veces, lleva esperanzas, miedos, sufrimientos, tristezas y alegrías. Has pasado la tarjeta y te has ido hasta el final del autobús. A esa hora de la mañana casi todos los asientos estaban ocupados. Un sitio libre y hasta tres personas han insistido para que te sentases. A las tres has dicho que no y has dado las gracias. Y poco después ha llegado tu padre, con bastón y le has indicado el sitio vacío que tu mismo le guardabas. Y tranquilamente te has quedado mirando el resto del viaje por la ventanilla. Seguramente si no hubieses sido una persona con Sindrome de Down, nadie te habría indicado que había un sitio libre, como si no lo hubieses visto ya. Con toda seguridad, si no hubieses tenido ese cromosoma 21 por triplicado, en vez de los dos habituales, nadie habría sentido la necesidad de indicarte el asiento. Y es que, más allá de ese cromosoma extra, las personas como tu sois como el resto de personas, unas tímidas y otras más sociables, unas morenas y otras rubias, con ojos verdes y castaños, alegres y con mal genio, tenéis buenos y malos días, os enamoráis y sufrís la soledad, estudiáis, trabajáis y estáis en el paro. Y ese cromosoma de más os da, estoy seguro, esa capacidad de querer y acoger que tenéis la mayoría de vosotras y vosotros. Pero para esas tres personas, sin duda con buena voluntad, solo eras un chico que necesitabas que te indicasen el asiento vacío que todos y todas veíamos. A mi, como espectador de lo ocurrido, me has dado una lección. Eskerrik asko.