soy bachiano

La primera entrada de esta serie dedicada, pretenciosamente, a mi música vital no podía ser otra que una sobre quien ocupa gran parte de esa banda sonora personal. Johann Sebastian Bach. Es mi Bach y explico porqué. Rescato esta entrada de otros blogs que tengo por ahí y mientras tanto voy preparando las siguientes entradas.

bach

Tenía diez años cuando en el salón de actos un tanto destartalado de aquel colegio flanqueado por dos torres circulares, me fijé por vez primera en tres letras que acompañaban el título de la partitura, tres letras que, con el tiempo, con solo verlas, me asegurarían la genialidad de la música que las poseyese. El trío de letras estaba escrito en mayúscula, como no podía ser de otra manera, pues nada hay más grande en música que la que va precedida del terceto en cuestión e iba acompañado de una cifra. BWV 238, Sanctus en Re mayor, de Johann Sebastian Bach. Para nosotros era el Sanctus de Bach, lo llamábamos sencillamente “El Santus”, sin c en medio, en la primera parte, que venía seguida de “El pleni” por lo de Pleni sunt coeli et terra… Con diez años aquello me pareció el súmmum, cantado a cuatro voces por aquél coro de niños y niñas que aprendimos a amar la música mientras cogíamos aire para poder terminar con fuerza la frase musical llena de corcheas y semicorcheas que subían y bajaban caprichosamente a lo largo del pentagrama.

Mientras mis compañeros cantores se dedicaron a seguir estudiando en el conservatorio yo me lancé a disfrutar, sentir, soñar, llorar, pensar, amar y emocionarme a través de la música. Ellos y ellas ahora graban discos como solistas de música renacentista, dirigen coros de renombre, presentan programas en la radio estatal de música clásica y yo, bueno… pues yo sigo sintiendo la música. Hubo un tiempo en el que maldije mi torpeza al dejar el conservatorio, pero hoy es el día en que agradezco, por lo menos, tener la capacidad de saber escuchar música y sobre todo de sentirla. Hay amigos que no entienden que se pueda llorar en una iglesia mientras una contralto canta en alemán Erbarme dich, mein Gott, Apiádate de mi, Dios mío, con una tristeza de tal magnitud que todas tus pequeñas traiciones se unen en aquella de Pedro.

Después vino el Magnificat que escuché con la boca abierta un día de Reyes de hace muchos años, en una catedral afrancesada y con una, entonces apenas conocida, María Bayo, acompañada por la Capilla de Música de aquella catedral que tenía y tiene un maestro de capilla de los de capa negra con forro de seda roja y birrete negro. Tal fue la impresión, que corrí a comprar un disco en vinilo con una versión dirigida por Gardiner que para mi fue y sigue siendo, por mucho que haya escuchado otras versiones, el Magnificat por excelencia. Grabé el disco en cinta cassette y con esa cinta metida en walkman iba por el mundo. No podía imaginar que un día iba a llevar en el bolsillo un teléfono sin cables en el que cupiese toda la música de Bach. Así es como aprendí de memoria aquella obra que, todavía hoy, me descubre matices como si fuese el primer día.

Posteriormente llegaron algunas cantatas, muy pocas, las más conocidas, cantadas en aquella iglesia donde las niñas iban con grandes lazos y los niños llevaban raya a un lado, con un coro de parroquia que tuvo cinco años de un nivel que no pudo soportar más tiempo y del cual pude gozar desde dentro. Aquél concierto de cantatas, con órgano, trompetas y violines, una directora de pelo rojo, que la tierra le sea leve, y un tenor que no lo había pretendido ser, en medio de aquélla iglesia blanca como una capilla andaluza y con un retablo plateresco dorado digno de una catedral, marcó otro capítulo en mi pasión bachiana. Meses después mi madre, joven, que cantaba por casa como si estuviese en el escenario y en el escenario como si estuviese en casa, que luchó sin descanso hasta el final contra aquella maldita enfermedad, emprendió su último viaje desde la cama hospitalaria, llorada mil y una vez, mientras sonaba en la radio el coral para tenor de la BWV 140, Wachet auf, ruft uns die stimme y sin que los demás supiésemos el significado de aquéllas palabras alemanas. Así es como esa música quedó para siempre grabada en mi.

Tras aquello, ya sin tener que aguantar las tonterías de las niñas de lazos, los niños de raya a medio lado y la hipocresía de sus madres y padres ultracatólicos, mi experiencia en Bach fue subiendo tonos, descubriendo la Misa en Si menor, con ese Kyrie que comienza con una voz de soprano actuando como un eco en llamada, mientras el resto de voces suenan al unísono en esa llamada suplicante. Las diferentes partes de la Misa se fueron grabando en mi memoria musical para formar parte de mi persona. El Gloria que empieza con un Bach en todo su apogeo en la parte del in excelsis Deo y termina en el Cum Sancto Spirito acercándonos a lo que es, sin lugar a dudas, la gloria. El Rexurresit con trompetas y timbales y el final del Dona nobis Pacem, danos la Paz, con quizás el Bach más renacentista de todos los que podamos recordar, con esas reminiscencias a los coros de Dresde del siglo XVII en el que poco a poco van entrando los timbales para terminar todo el coro en una larga nota final.

Después vino el tiempo de aquella maravillosa revista sobre música antigua, la Goldberg, tristemente desaparecida, en donde aprendí que la música de Bach en los tiempos en los que mi abuelo y mi abuela cantaban en el Orfeón Pamplonés se interpretaba de manera muy diferente a como podemos escucharla ahora. Me enteré que allá por los sesenta un tal Harnoncourt, acompañado de un señor que tocaba el clave y que se apellidaba Leonhardt, iniciaron la interpretación de la música bachiana en base a criterios historicistas y desde entonces solo puedo decir, gracias, gracias, gracias. A través de aquella revista conocí otros intérpretes, otras orquestas, otros directores que me introdujeron en una nueva forma de escuchar, sentir y vivir la música del cantor de Santo Tomás de Leipzig. Sigo releyendo con asiduidad los diferentes artículos y entrevistas de la publicación y hoy sigue siendo el día en que la echo de menos en muchas ocasiones.

goldberg

Finalmente llegó el tiempo del iPod, que después se convirtió en iPhone, en donde toda la música de Bach, que es mucha, cabía y cabe, y sobre todo, podía llevármela allá donde quisiese. Llegó el tiempo de hacerme con unos buenos auriculares que me hiciesen llegar la música de cantatas, conciertos, suites y oratorios como si los estuviese escuchando en directo. Y llego el momento, ¿cómo pudo tardar tanto?, de la Pasión según San Mateo, la BWV 244, Matthäus-Passion. Esta obra siempre había estado ahí, la había escuchado muchas veces de fondo cuando iba a visitar a mis abuelos, era un disco doble o triple, no me acuerdo, pero al que en aquél momento no hacía el menor caso. Tuvieron que pasar muchos, demasiados años, para que un día leyese una reseña de la obra dirigida por Philippe Herreweghe y su fantástico Collegium Vocale Gent y desde entonces quedase hipnotizado por esta obra, La Obra.

Aquella melodía, que tantas y tantas veces había cantado de niño en aquel coro dirigido por un hombre mitad genio, mitad loco, y que entonces identificaba con el título de Oh rostro lacerado y ahora se presentaba ante mi en alemán del siglo XVIII, empezó a apoderarse de mi de una forma como hasta entonces nunca había conocido. El más famoso coro de la obra magna de Bach me parece sublime en todos sus aspectos y pocas veces unas notas han podido trasladar el mensaje de una forma tan extraordinaria. Después vinieron muchas otras partes y actualmente sigo maravillándome con ellas, descubriendo nuevos giros, deleitándome con nuevas versiones. Es por eso que soy bachiano hasta la médula, es por eso que llevo esa música en mi interior desde muy pequeño.

Un día en un cursillo nos preguntaron cuál era la banda sonora de nuestra vida y reconozco que hubo alguna cara de extrañeza cuando dije que la mía estaba formada por muchas músicas pero que una sobresalía por encima de todas. Bach.

Desafortunadamente, la gente en general hoy en día no escucha a Bach y motivos hay muchos, pero uno de ellos es, sin duda, que no hay oportunidades para escucharle. A los que gobiernan, en general, no les interesa la cultura y la música en particular (eso también tiene que formar parte del cambio) y por eso ni se potencia, ni se apoya, ni se educa, ni se transmite el valor de la música. Seguimos sin comprender que, parte del cambio necesario hacia una sociedad más justa y solidaria, pasa por potenciar la cultura en todas sus expresiones y dotar a la gente de imaginación y capacidad para pensar, recrear y sentir. Pero bueno, seguramente este aspecto es parte de otro blog, por ejemplo de dslegi.com.

P.D. Es curioso cómo una música tan religiosa en muchos aspectos, como es la de Bach, para más inri luterana del siglo XVII (social, política, teologal y filosóficamente hablando) puede llegar a emocionar a personas de todas las creencias y no creencias de todos los tiempos. Y ahí creo que la clave, por lo menos la mía, es escuchar y entender la música bachiana como una experiencia, no solo personal, no solo de un tiempo, no solo de una corriente, si no como una experiencia universal, porque Bach habla a través de su música de valores, emociones y sentimientos que son parte intrínseca del ser humano en cualquier época, bien sea en la Sajonia de la segunda mitad del XVII, en el Japón del XIV o en la Euskal Herria del XXI.

P.D.2. El hecho de que me guste Bach no tiene nada que ver con el snobismo. Quien suele hacer ese tipo de comentario suele ser gente que no es capaz de entender que la música, sea la que sea, tiene una cualidad excepcional que es la de poder llegar a lo más hondo de ti. Hay gente que se emociona, de una u otra manera, con una balada de guitarra eléctrica, otra gente con un tango arrastrado y mucha otra gente con la música machacona que suena en una discoteca a las seis de la mañana. Yo me emociono con muchas músicas, entre ellas, la de Bach.

johann_sebastian_bach

Publicado por Daniel

Ciudadano en alerta de un planeta que estamos aniquilando, en búsqueda permanente, enamorado de la escucha y del inmenso silencio. Todo por escuchar. Lecturas escogidas, siempre.

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