Hemos llegado al undécimo mes del año y aunque no tengo duda que en Iruñea seguimos avanzando, a veces, por lo que leo y veo en los medios, me da la sensación de que, en otros ámbitos, seguimos donde estábamos hace unos meses, o años, o a lo peor décadas. Y es que, la gente, sobre todo la gente joven, sigue sin poder acceder a una vivienda digna y a un empleo en condiciones; las personas que viven al otro lado del estrecho africano, porque solo para África es estrecho el paso, continúan ahogándose en las negras aguas mediterráneas; el neoliberalismo más opresor sigue gobernando desde La Moncloa, con Rajoy, a la cabeza, casi un año después, como si aquí no hubiese pasado nada; los más malos de esta película, nos cuentan, son los nacionalismos, cualquiera de ellos mientras no sea el nacionalismo español; nos siguen engañando haciéndonos creer que en unos días se decidirá quién llevará las riendas del Imperio yankee, como si no fuesen siempre el sistema, las multinacionales y el petróleo quienes mandan; y en las calles y redes sociales se sigue hablando de Operación Triunfo, cuando el triunfo, para mucha gente, es poder subsistir a final de mes.
El caso es que ayer me fijé en un tuit de un filósofo al que sigo, un filósofo cabreado y descontento con el mundo y su funcionamiento, porque si no, ¿de qué sirve plantearse y hacerse plantear al resto la vida? @iaiestaran puso textualmente: “No se puede confundir constantemente Twitter con la política profesional. Que para algo cobran y tienen asesores y herramientas para ello”. Y me dio qué pensar. Como para no hacerlo.
Recuerdo que tras hacerme una cuenta en Twitter, al cabo del tiempo, me maravillé por la cantidad de posibilidades de diálogo que ofrecía. Un diálogo con semejantes, con tus compañeros y con esas personas que están y sentimos cercanas en el pensamiento. Pero también, y sobre todo, me entusiasmó el ejercicio de debate que pude realizar con personas con quien, de otra manera, difícilmente podría haber intercambiado siquiera un saludo. Y la verdad es que me lo creí totalmente. De hecho me lo sigo creyendo. He podido hablar con personas que defendían y defienden justo lo contrario a lo que yo pienso, siento y vivo. Y lo hice desde el respeto de tener un interlocutor enfrente. De igual a igual. Y siempre que ha sucedido esto, ha supuesto un enriquecimiento en mis análisis y reflexiones. En aquellos primeros años muy pocas veces sentí el ataque a través de esta red. Y luego, de repente, cuando el Régimen vio sus privilegios en peligro, todo se desató. La red social se convirtió en una red antisocial si incautamente escribías tuits de pensamiento político. Y los ataques se multiplicaban por mil si el tuit compartía explícitamente la opinión de algún partido o corriente política concreta, siempre que no fuera el Régimen, se entiende. Caput.
Hoy es el día en que cargos políticos institucionales tuitean e insultan entre ellos mientras se desarrolla una reunión, un pleno o una comisión. El debate político ha pasado a Twitter y la falta de respeto se ha trasladado a los plenos. Día sí y día también vemos a concejales, diputados y parlamentarios perdiendo las formas en los hemiciclos, mientras la gente sigue el circo desde sus casas. Lo mismo da esa pantomima que una Operación Triunfo 15 años después. El circo es el circo. Se lo dije una vez a una concejala de UPN de Iruñea experta en perder las formas y faltar al respeto a sus compañeros cuando le afeé su actitud y me dijo que conocía pocos parlamentos. Conozco unos cuantos, aunque con los más cercanos tengo suficiente, y creo que no es lo mismo la euforia de un debate, que el insulto como instrumento para ese debate. La defensa entusiasta de una posición política no puede ser sinónimo del insulto, la burla y el desprecio, porque automáticamente esa defensa pierde toda credibilidad. Señoras Caballero y Esporrín, por poner un ejemplo reciente, existen unas reglas que, les gusten o no, son básicas a la hora de emprender cualquier debate. Se trata de hablar cuando a una le toca y escuchar cuando lo hacen los demás. Sencillo, ¿no?
Es una mera cuestión de convivencia. Ni más ni menos. Y se trata de debatir, de dialogar, de hablar y de conocer lo qué piensa la persona que tenemos enfrente. Mientras tanto, uno de esos tertulianos que se ha dado a conocer en Twitter gracias a sus insultos, tuitea que a su novio le han llamado maricón. Y mi solidaridad está con él, con ambos dos, pero prefiero mostrársela a todos esos que a día de hoy, sin Twitter de testigo ni pedestal, siguen sufriendo la homofobia en nuestra ciudad. Antes de ayer, sin ir más lejos, como parte de un Halloween dantesco, niñatos de 15 años, al abrigo de sus disfraces, con palos y botellas, se dedicaron a insultar, perseguir y encararse con personas, en este caso hombres, que paseaban tranquilamente por un parque de una ciudad supuestamente libre para hacerlo a cualquier hora del día y de la noche. Y me da asco, mucho asco, la tranquilidad de todos esos bienquedados que denuncian la homofobia contra homosexuales “de bien” y miran a otro lado con la que sufren los gays que no quieren ni tienen porqué dar explicaciones a nadie por lo que hacen o dejan de hacer.
Vivimos el mundo al revés. Nos creemos los más avanzados del mundo porque nos dejan ir de la mano por la calle e incluso, ya ves tú, casarnos. Pero seguimos siendo la base activa de una sociedad heteropatriarcal. Y lo siento por la palabra, que se que no les gusta, pero cada día más, Twitter está pasando de ser el altavoz de un diálogo constante, para convertirse en el palo de esta sociedad heteropatriarcal con el que las personas de bien pegan y el resto se defienden. Yo, por mi parte, seguiré intentando practicar el diálogo.
Y quien no lo quiera entender, que se arrasque. O que se vaya a ver Operación Triunfo.
Artículo basado en la colaboración con Eguzki Irratia para el programa La eskotilla, del 2 de noviembre de 2016.