En muchos lugares de Euskal Herria, y aún fuera de aquí, en oficinas, en la calle, en casas y en hospitales, se ha seguido con atención la salida de la cárcel de Arnaldo Otegi. El histórico dirigente y militante abertzale ha salido bastante puntual, a las 8.55 de la mañana y con una sonrisa en su rostro, esa sonrisa que durante estos seis años largos que ha estado en prisión ha insistido en que mantuviésemos en el día a día de este Pueblo expectante y esperanzado. Los abrazos y besos, las felicitaciones y guiños, los cariños y sonrisas han dado paso a sus primeras palabras en libertad. Han sido las palabras de Arnaldo, de ese Arnaldo militante que tiene los pies en la tierra, recordando, primero, a los presos sociales, a los migrantes expulsados y a las personas desahuciadas. Ha sido el mejor ejemplo de una persona comprometida con su Pueblo y con la justicia social en cualquier lugar. Porque lo metieron vasco y vasco ha salido, lo encarcelaron independentista e independentista lo han soltado y lo encerraron socialista y socialista lo han liberado. Y como buen vasco, independentista y socialista, ha salido también, tal y como entró, internacionalista. La solidaridad entre los pueblos ha sido también, la imagen de la mañana, con banderas de diferentes lugares, entre las ikurriñas y banderas navarras, símbolos de Catalunya y de Andalucía. Y entre toda esa gente, la que se encontraba a las puertas de la prisión de Logroño y la que nos encontrábamos en nuestra casa, en nuestros trabajos o, como el Alcalde de Iruñea y concejales de EH Bildu, en el trabajo, la sensación principal ha sido la de una inmensa emoción.
Frente a esa intensa emoción hay quien se ha dedicado a lamentarse de que un preso, encarcelado por ejercer la política, haya salido de la cárcel tras haber cumplido íntegramente la pena impuesta. A esos demócratas de pacotilla, que no dudan en pedir la libertad de expresión en países que están a miles de kilómetros, esos profesionales de los sillones, que se les llena la boca de condenas y siguen mirando al lado contrario de las cunetas que el fascismo llenó con luchadores y luchadoras por la libertad, esos vividores del sufrimiento, que en cuanto se quedan sin argumentos en el debate político vociferan el comodín de ETA, esa gente que se autodenominan demócratas de toda la vida, que son capaces de cambiar sus propias leyes para seguir aposentados en sus poltronas a costa de alargar el chicle, esa gente, hoy ha sentido, sobre todo, amargura. Es la amargura de quien se sabe perdedor ante el camino emprendido, hace tiempo, por este Pueblo que quiere decidir su futuro en libertad y que aspira a vivir algún día en paz. A esos amargos, solo me queda decirles, que observen nuestras sonrisas, porque en ellas van a ver la sonrisa de un Pueblo que está decidido a ser libre.