Tres días. Ni más, ni menos. Tres días en los que me he sentado sobre el cojín diez minutos por la mañana y otros diez minutos por la tarde. Diez minutos en los que he intentado estar presente acompañando mi respiración. Diez minutos en los que iba al ritmo de inspiraciones y expiraciones. Diez minutos en donde, una y otra vez, surgían ideas, pensamientos, preocupaciones, proyectos, recuerdos. Diez minutos en donde mi mente parecía trabajar más que nunca. Y dejaba ir esas ideas para volver al ritmo de mi respiración para poco después aparecer otro pensamiento y de nuevo darme cuenta que tenía que volver a la respiración.
Y a pesar de todo, tras estos tres días de búsqueda, de ese pequeño periodo de silencio para acompañar mi respiración, tras estos tres días en donde mi cabeza se empeñaba en evadirse de ese ejercicio, mi mente, mi ser, todo yo, empiezo a notar una serenidad como pocas veces he sentido. Incluso puedo decir que he tomado decisiones ayudado de una claridad asombrosa.
Solo tres días. A pesar de todo, tres maravillosos días.