Hoy he visitado las excavaciones arqueológicas de Amaiur. Gente de diferentes edades que ha pagado por trabajar dos semanas durante sus vacaciones, en pleno verano, bajo el sol, una media de siete horas, excavando, levantando piedras poco a poco, quitando polvo y avanzando milímetro a milímetro para descubrir el pasado de una antigua fortificación medieval.
Son unas veinticinco personas, hombres y mujeres, estudiantes y jubilados, profesionales de diferentes campos, que conviven durante quince días en una pequeña casa de un pueblo de la montaña. Algunos se levantan a las siete para ir a correr por los caminos, otros más tarde, pero a las ocho desayunan todos juntos para ir a las excavaciones. Trabajan hasta las dos de la tarde y luego vuelven a la casa en donde un grupo, cada día se turnan, ha preparado la comida. Algo sencillo. Y comienzan la comida con un brindis conjunto, con sonrisas y esperando a quien llega más tarde. Luego, a las cuatro de la tarde, vuelven durante dos horas por lo menos a seguir retirando polvo y descubriendo más estratos de la historia. Cuando se retiran cantan juntos una canción del lugar, antigua, como la memoria que pretenden rescatar y vuelven hacia la casa a ducharse y descansar. Después bailan en la plaza del pueblo, con la gente del lugar, antiguos bailes comunitarios que han pasado de generación en generación y beben, hablan y sonríen. Cenan juntos, algunos días hacen alguna pequeña fiesta y poco a poco se van a la cama.
Me ha sorprendido el sentido de comunidad de esta gente, la sonrisa permanente en sus bocas y la ilusión que desprenden sus explicaciones. Son gente que han decidido vivir dos semanas de sus vacaciones con otra gente, sin las comodidades a las que están acostumbrados, dedicándose a avanzar milímetro a milímetro, muy poco a poco, con la seguridad de que están avanzando aunque haya días que no vean ese avance. Uno de ellos me ha comentado la suerte que tiene de poder tomarse un vaso de vino en una pequeña colina a las diez de la noche, con la única compañía de la luna, el silencio y la memoria que poco a poco va floreciendo.
Esa es la vida que busco. Esa es la sencillez en la que puede estar la felicidad. La de ellos y ellas ahí está. La nuestra es muy posible que sigamos empeñándonos en obstaculizarla con molestias. Hay que seguir excavando en nuestro propio campo arqueológico para descubrir la propia esencia que cada una de nosotras y nosotros tenemos.